“MERCEDES TOMASA- LA INFANTA MENDOCINA”
Señora Senadora Dra. Liliana Negre de Alonso
–Señor Senador Dr. Adolfo Rodríguez Saá
Agradezco el
honor de haberme convocado a este homenaje a Mercedes en su Bicentenario en
este ámbito tan emblemático.
El 24 de agosto de este
año de 2016 se cumplió el Bicentenario del nacimiento de la figura femenina más
gravitante en la vida del General José de San Martin, su hija Mercedes Tomasa,
a quien el Libertador nombró su “Infanta Mendocina”, los argentinos, con cariño, Merceditas y en el seno de su familia la
llamaron Chiche.
En 1812 volvió a la Patria el hombre que
determinado en su misión libertadora, realizaría una de las gestas más nobles
en la historia de la humanidad. En el S.XIX es conductor de ejércitos, estadista
y organizador de pueblos y su historia es la historia de su época en el nuevo
continente. Trascienden su colosal talla ética, sus glorias de guerrero, su
inteligencia política. Hombre austero, de vida privada casi misteriosa, no por
secreta, sino por discreta, su pudorosa reserva ocultaba un humanista sensible
y preocupado.
Al
llegar a Buenos Aires conoce y se enamora de Remedios de Escalada, con quien se
casa en septiembre del mismo año. Era hija de Antonio José de Escalada y Tomasa
de la Quintana, familia opulenta e ilustrada, que fue oposición al virrey,
adhirió con entusiasmo a los postulados de Mayo y puso su fortuna al servicio
de la gesta emancipadora. En 1814, a su pedido y con el objeto de concretar su
plan continental, San Martin es nombrado gobernador Intendente de Cuyo,
gobernación constituida por las provincias de San Luis, San Juan y Mendoza, pueblos
que serían el mayor baluarte de la epopeya libertadora y los gobernadores Dupuy
de San Luis y de la Rosa de San Juan, sus incondicionales aliados. Vive en
Mendoza con su esposa, en una casa colonial en la hoy calle San Martin 343, que
desapareció con el terremoto de 1861. La etapa cuyana fue la más feliz de la
corta vida conyugal de la pareja, en la que Remedios acompaña a su esposo en
momentos de tensa vigilia, encabeza el grupo de señoras que donan sus joyas
para ayudar a costear la campaña y colabora en la confección de la Bandera de
los Andes, que solicitara San Martin a las Damas para guión de sus legiones. El año 1816, a poco de
declarada la Independencia cuyo Bicentenario hemos celebrado, trae a los
esposos la alegría de ser padres. El 24 de agosto, Remedios da a luz una niña
sana y robusta, único fruto del matrimonio. Fue bautizada en la casa familiar
por el presbítero Lorenzo Güiraldez, capellán del Regimiento de Granaderos, siendo sus padrinos Josefa
Álvarez de Delgado y el Sargento Mayor José Álvarez Condarco.
Abierta
la epopeya del cruce de los Andes por San Martin en enero de 1817, Remedios y
su niña viajan a Buenos Aires, donde esperarían la suerte de la guerra en casa
de los Escalada. Se suceden Chacabuco, Maipú y la independencia de Chile.
En
1818, San Martin ha ido a buscar a su familia en Buenos Aires. El 14 de julio,
Merceditas duerme en San José del Morro, donde por haber sufrido una rotura el coche
que la conducía, la familia debió pernoctar por dos días en esa localidad de la
provincia de San Luis, a cuyo gobernador Vicente Dupuy, escribe el prócer:
“Julio 14 de 1818: Mi amado amigo, aquí me tiene V. con el coche roto y sin
poderme mover. Mándeme V. carreta o carretilla o lo que haya para poderlo
verificar a esa. Hasta que tenga el gusto de abrazarlo, se repite su amigo muy
de veras, su San Martin”.
Era idea del Libertador cruzar la cordillera
con su familia. Tras los Andes los espera O´Higgins, quien le escribe “Cuanto
celebro venga mi señora doña Remedios a cuyos pies me pondrá usted, ordenando
cuanto sea de su agrado a su más eterno amigo”. Pero la tisis, enfermedad
mortal del S.XIX ataca a Remedios, que insiste en acompañarlo. “El no comprende
que mi deber es estar a su lado”, diría. No pudo ser, debió partir a Buenos
Aires con su niña en el viaje más doloroso de su vida. Es motivo de honra para
los puntanos que en este último viaje, Remedios
y su niña se alojaran en la hospitalaria casa de los Adaro, doña Dominga y su
esposo don Esteban. Dice Víctor Saá en “San Luis en la Gesta Sanmartiniana”: “Camino
Real, esquina General Paz actual, se encontraba la casa de don Esteban Adaro,
mirando hacia el norte; morada hidalga en la cual se hospedó en mentada ocasión
Doña Remedios de Escalada de San Martin” y su hija. Nunca más se verían los
esposos, ella muere en 1823, cuando ya San Martin ha declarado la Independencia
del Perú, convocado al primer Congreso Peruano independiente y abandona la
campaña. El 4 de diciembre de ese año llega a Buenos Aires a buscar a su hija y
honrar a la esposa muerta. “Aquí descansa Remedios de Escalada, esposa y amiga
del General San Martin”, hace escribir en la lápida que la cubre en el
Cementerio de la Recoleta. Ha tomado la
decisión de partir a Europa con su hija. Las crónicas repiten el enfrentamiento
entre la abuela que por enfermedad de su madre la crió como propia, y el padre,
que con el derecho que la paternidad le otorga, la necesita a su lado. ¿Que
podrá hacer este hombre solo, en guerra por años, austero, pudoroso de sus
sentimiento y escasa fortuna, con la niñita de siete años? Pudo dejar que la
educara la influyente y rica familia materna, que tanto la amaba, pero prefirió
no solo cumplir con su deber, sino guiarse por su corazón. La niña era el único
amor que le quedó en la vida a quien todo lo había sacrificado por la misión sagrada
que se había impuesto. El 10 de febrero de 1824, aferrando la mano huidiza de
la hija que casi no conoce, parte con ella a Europa. Debió ser dramática
instancia para ambos. El desgarro emocional de la niña, díscola y mimada,
acostumbrada a hacer su voluntad y la toma de conciencia de su responsabilidad
como padre, verdadero desafío para el guerrero hermético que siempre reprimiera
sentimientos e intereses personales. Pero el vínculo prevaleció y padre e hija
construyen desde el desamparo y el desarraigo, un común camino de amor y
comprensión. San Martin educó a su hija sin presencia femenina, fue severo
cuando lo creyó necesario, pero también tierno y cariñoso, lo que explica la
devoción que Mercedes sintió por su Tatita. La otrora niña caprichosa se ha
vuelto un fresco bálsamo para las heridas del alma del desterrado, que pondría
en su educación todo su empeño. En 1825 redacta las famosas “Máximas para la
educación de mi hija”, verdadero código de vida virtuosa que se escribió a sí
mismo para educar a Merceditas, mientras la niña está internada en un
pensionado en Londres. Más tarde estudiaría en Francia. Por entonces le escribe
a Guido: “La mutación que en Mercedes se ha operado es tan marcada como la que
ha experimentado en figura. El inglés y el francés le son tan familiares como
su propio idioma y su adelanto en el dibujo y la música son sorprendentes.
Usted dirá que un padre es un juez muy parcial para dar su opinión, sin
embargo, mis observaciones son hechas con todo el desprendimiento de un extraño,
pues conozco que de un juicio equivocado pende el mal éxito de su educación”.
En 1832, Mercedes se casa con Mariano
Balcarce, funcionario de la Legación Argentina en París e hijo de Antonio
Gonzales Balcarce y parten a Buenos Aires. A su futura consuegra, Dominga
Buchardo, San Martin le ha escrito antes del matrimonio: “La educación que
Mercedes ha recibido bajo mi vista, no ha tenido por objeto formar una dama de
gran tono, pero si hacer de ella una tierna madre y buena esposa. Con esta base
y las recomendaciones que adornan a su hijo, podemos comprometernos en que
estos jóvenes sean felices, que es a lo que aspiro”. El Libertador los instruye:
“Lo que si les encargo que me traigan es mi sable corvo, que me ha servido en
todas mis batallas y será para un nietecito, si es que los tengo”. En Buenos
Aires nace la primera hija del matrimonio, María Mercedes. De regreso en
Francia, nace su segunda hija, Josefa Dominga, a quien llamarían Pepita. Ambas
vivirían signadas por el amor y admiración por la figura patriarcal que presidía
el entorno intimo. “Toda mi distracción está reducida a mi pequeña familia, la
que por sus esmeros por mí y su buena conducta, hacen mi vejez muy feliz”,
diría el prócer. No hubo viajero interesado en conocer al ilustre anciano en su
hogar de Grand- Bourg, que no vertiera palabras elogiosas para su hija. “San
Martin vive con su hija, madre de dos preciosas niñitas, joven perfectamente
educada que sueña con la patria y se esfuerza en que sus criaturas no olviden
su nombre ni el idioma nacional. Toda esa familia ama y venera al viejo campeón
de la independencia y aquella casa es un modelo de felicidad y moral
doméstica”, dijo Florencio Varela. Y Félix Frías dice: “El viejo guerrero de
los Andes ha concentrado sus postreras alegrías en la frente de esas niñas, sus
nietecitas. Cuando visitan París, a parte alguna de la ciudad va sin ellas, en
sus paseos por el Jardín de las Tullerías, ellas le sirven de guías y el, de
protección. El abuelo achacoso y las aladas nietas tienen un tácito contrato de
mutuo amor y tiernos servicios compartidos”. Al morir San Martin en 1850, deja
heredera de sus bienes a Mercedes, su constante compañera, la “amada hija que
hizo mi vejez feliz”, la nombra en su testamento. Ella murió en 1875, su esposo Mariano en 1885. Solo
les sobrevivió Pepita, mujer de gran personalidad y fuerte carácter, depositaria
del imperecedero legado de su madre, que donó los papeles del General San
Martin al General Mitre para que escribiera su monumental Historia de San
Martin y al Director del Museo Histórico Nacional, Adolfo P.Carranza, su
dormitorio completo para ser exhibido en
ese repositorio.
Los
restos de Mercedes, su esposo e hija mayor, muerta a los 27 años, fueron
traídos a la patria y descansan desde 1951 en la Basílica de San Francisco de
Mendoza. Solo Pepita ha quedado en Francia por ser ciudadana de ese país.
Antes de nacer Mercedes, el
Libertador deseó que fuese un varón y luego soñó con un nietecito. Se vio
frustrado su deseo, pero los que amamos a San Martin debemos agradecer a Dios
que le enviara a Mercedes como compañera en su ostracismo. Ella le brindó su
ternura y educó a sus hijas en el amor y respeto a su insigne figura. Esa
presencia femenina fue la luz en el crepúsculo de su vida y aseguró la paz
espiritual, la atención y el cuidado del glorioso anciano que en sus años
jóvenes, con tanta grandeza de espíritu hizo ofrenda de su felicidad por el de
la patria. Hoy, en este Honorable Senado de la Nación, rendimos nuestro
homenaje de gratitud emocionada a
aquella infanta cuyana nacida hace 200 años, que fue la mujer fuerte en la vida
del Padre de la Patria.
Prof. Académica Dra. Florencia Grosso de Andersen
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